martes, 17 de enero de 2012

Metrópolis en el Auditorio Nacional.

Por: Erika Arias Franco.

Paseaba solitaria por la ciudad de México, a contracorriente de los transeúntes que uniformados con traje y corbata salían presurosos como hordas indomables de sus enormes jaulas de concreto. Fui apretando el paso por la amenaza de lluvia torrencial cuando de pronto paré en seco, secuestrada ante la visión de un ser de extraña apariencia iluminado por una luz tenue que enmarcaba su aspecto.

De pronto me había quedado inmóvil para observar con detenimiento el cartel de la parada de autobuses, tenía un robot de rostro imperturbable que me llamaba con la mirada, tratando de atraerme, logrando su cometido. Tan impasible estaba que hacía un perfecto contraste con todo lo que había a mi alrededor, gente corriendo de un lado a otro bajo la opresión del tiempo.

Se leía sobre él una inscripción que me provocaba  entusiasmo y dudas: “METRÓPOLIS”, ¿se refería a la gran ciudad? ¿un libro?  Pero yo ya lo sabía, lo supe desde el primer momento, pero sentí la necesidad de despejar mis dudas y confirmar mi emoción, al descubrir que el Auditorio Nacional sería el lugar elegido para por fin ver en pantalla gigante una de las obras cinematográficas más emblemáticas de la ciencia ficción, elegida por la UNESCO como memoria del mundo.

En efecto, era la película alemana de Fritz Lang que en 1927 mostraba una versión futurista de la sociedad y que ahora, como parte de la clausura de la décima semana de cine Alemán, volvía a presentarse en su versión restaurada con los 20 minutos que se creían perdidos pero fueron encontrados en una bodega  argentina.

Poco a poco comencé a alejarme del cartel para protegerme de la lluvia, pero el robot seguía mirándome, tal vez ahora me retaba, así que lo demás vino encadenado: investigar más datos sobre la función, avisar a los amigos que igualmente se mostraron entusiasmados, buscar los precios y obviamente comprar los boletos más baratos, amamos comprar sensaciones y si son baratas es mejor.

Tres amigas, un amigo, mi hermano y yo; seis personas distintas, con gustos dispares pero que esa noche nos sentimos dispuestos a converger en seis butacas numeradas cronológicamente en la segunda fila de nuestra sección (lejana del escenario, pero segura) en el Auditorio Nacional.

Notas musicales se esparcían en el aire por todo el recinto y la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México las recogía dispuesta a transformarlas en fieles melodías de las partituras originales de la obra. Así el sonido daba paso a las imágenes de una Metrópolis de claroscuros y formas definidas, monumentales construcciones de una ciudad imponente en la que se distinguía claramente la forma de vida de sus habitantes, la discrepancia entre la élite que gozaba de todas las comodidades y los trabajadores en constante explotación.

Formas antagónicas que mostraban una idea del futuro capitalista, Marx como inspiración de una ciencia ficción donde dominantes y dominados convergen de las formas más increíbles, pero también posibles, mientras la ciudad se vuelve el escenario principal de la historia y las historias.
La alienación al trabajo bajo la opresión del reloj, una tiranía que no permitía descanso alguno, los trabajadores de Metrópolis formados en perfectas hileras marchando irremediablemente hacia su refugio subterráneo en las profundidades de la ciudad, por debajo de los grandes edificios y resplandecientes jardines en los que paseaba la clase acomodada.

Fue ahí donde Freder (hijo del líder de la ciudad) conoce a María (joven hermosa de la clase trabajadora) y la sigue al mundo subterráneo, dándose cuenta de la situación en que se encontraban los trabajadores y abre los ojos ante tal realidad de la que ni siquiera tenía conciencia.

Freder va en busca de ayuda con el científico Rotwang, quien le muestra su última invención, un cuerpo metálico con estructura femenina, robot capaz de actuar y parecer como un ser humano, cumpliendo así el sueño de la humanidad dominando la tecnología; era el mismo robot que había llamado mi atención y esta vez pude apreciar su magnificencia en movimiento.

Pero los trabajadores no encontraban en la tecnología una solución a su situación, al contrario se sentían encadenados bajo la maquinaria de su trabajo, la joven María les daba esperanza, ya que reiteradamente ella apelaba a un mediador para salvarlos: “El mediador entre el cerebro y las manos ha de ser el corazón”.

Cuando apareció esta frase pude notar una sutil conmoción de la audiencia a mi alrededor, como un golpe visual involuntario y provocador que se quedó en la memoria de muchos de los presentes. María representaba la esperanza y salvación, la fuerza del corazón era la necesaria no sólo para salvar a Metrópolis, también para considerar una introspección de la conciencia.

Pero el padre de Freder  se sentía amenazado y ordenó a Rotwang que el robot tomara la forma de María para suplantarla y provocar una revuelta entre los trabajadores, pretexto perfecto para poder utilizar la fuerza sobre ellos y volver a someterlos. Estrategia reciclada de periodos antiguos y retomada interminablemente para el presente y el futuro.

Los trabajadores incitados por la falsa María destruyen el corazón de la maquinaria de Metrópolis y al mismo tiempo provocan una inundación en el subterráneo, perturbados por la idea de que sus hijos habían perdido la vida quedándose atrapados, van en busca de venganza con la provocadora de sus erróneas decisiones.

Muchedumbres de hombres y mujeres que en la desesperación e incertidumbre van en busca de culpables por sus propios actos, veía frente a mí a una nueva horda indomable, el deseo de estos era la venganza, el de mi primer horda parecía ser el consumo, ¿cuál era la diferencia? La gente de Metrópolis quemaba viva a la falsa María dándose cuenta de que era un robot, mientras que la gente de mi cuidad quemaba vivas sus falsas fantasías sin darse cuenta de que eran sólo mercancías.

Cuando los habitantes de Metrópolis se dieron cuenta de su error y supieron que la verdadera María había salvado a sus hijos surgió en ellos el alivio y la esperanza de una nueva sociedad para bien de todos. ¿Qué pasará con mi propia Metrópolis? Mientras lo imaginaba la música se fue callando apagada por aplausos incesantes y las luces prendiéndose intermitentemente, por inercia volteé la mirada a mis amigos y su sonrisa fue la respuesta que necesitaba. 

sábado, 14 de enero de 2012

Atardecer

A veces hay cucharadas de melancolía
con pizcas de alegres sensaciones
entre el sol y las nubes
formando miles de colores. 

domingo, 1 de enero de 2012

Exposición de Ron Mueck en San Ildefonso

Hiperrealismo de alto impacto.







Fotografías: Erika Arias Franco