Por Erika Arias.
La luna sonriente sobre los tejados y edificios de la Ciudad de México, un sábado de caminatas nocturnas sobre la Avenida Reforma , el Ángel de la Independencia recibiendo a quinceañeras en limosinas y una exposición sobre las rejas del bosque del Chapultepec que guían los pasos de transeúntes apresurados con dirección al lunario del auditorio nacional.
La entrada con mucha gente esperando a sus citas de la noche, los impuntuales de siempre, mientras que otros se arremolinan en las taquillas y los más listos con boleto en mano se prestan a la revisión de rigor para entrar lo más pronto posible y tener un lugar privilegiado.
Emilio and the Celtics rompen el silencio en el escenario, el público se prende ante los guitarrazos y algo más cuando la batería irrumpe al interpretar un reconocible homenaje a “Moby Dick” de Led Zeppelin, le siguen Salvador y los Eones con su bolero gótico que al mismo tiempo hace desgreñar y llorar a los asistentes, concluyen su presentación, como diría José Alfredo “a la luz de las estrellas” con “el Jinete”.
La gente expectante; chiflidos y algunos suspiros que desaparecen entre el choque de las cervezas; unas imágenes de hojas de árboles cayendo reflejadas en dos pantallas al extremo del escenario son el preludio de un mar de gritos ensordecedores que reciben en la batería a Luca Ortega, en los teclados a Nexus, seguido de Alex Otaola en la guitarra y Juan Morales en el bajo, generando un melodioso campo acústico que es irrumpido por la potente voz de Pascual Reyes interpretando “Salgamos de aquí” de su nueva producción discográfica “Valiente”.
Un conjunto de luces, sonidos e imágenes cautivaron a los asistentes que entonaban las canciones de San Pascualito Rey como himnos a la muerte de esos amores del pasado y algunos todavía presentes preguntándose “¿a qué sabe el beso de muerto?” o dedicándoles profundamente “olvídate de mí”, entre otras canciones de sus primeros dos discos llamados “Sufro, sufro, sufro” y “Deshabitado”.
Mientras que en el escenario se celebraba un ritual de instrumentos que alababan al rock y al mismísimo San Pascual Bailón, santo venerado en el estado de Chiapas de dónde el grupo retoma el nombre y los asistentes también deciden comulgar con sus cuerpos y bailar al ritmo de la calavera que es el símbolo de San Pascualito Rey.
Así, después del trance que ha afectado varios sentidos del público espectador, los pascuales se alejan uno a uno, dejando atrás una ola de aplausos que se desbordan sobre el escenario, pero no sin antes dar un último agradecimiento y regresar para entonar un final merecedor de la noche, invitando a los asistentes a seguir: “Caminando al mar sin mirar atrás…”